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Política de principios

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Ideas fuerza

Juan José Rodríguez Prats | @RodriguezPrats

  En teoría no hay diferencia alguna

                       entre la teoría y la práctica. En la práctica, sí.

                                                                            Yogi Berra

Tiene razón Carlos Monsiváis. Cuando teníamos las respuestas, nos cambiaron las preguntas. La nueva agenda requiere de nuevos paradigmas. Escudriñando en mis lecturas, reflexiono en el alba de un año que se augura pleno de grandes eventos.

El verbo deliberar puede significar soltarse, desatarse de prejuicios mediante la confrontación de ideas, vencer inercias desprendiéndose de creencias atávicas. Hace cien años Lenin escribió:

“Es una ocasión para luchar abiertamente. Se expresan las opiniones. Las tendencias se revelan. Los grupos se definen. Las manos se levantan. Se toman decisiones. Se superan etapas. ¡Adelante! ¡Así me gusta! Esto es muy diferente a esas interminables y aburridas discusiones intelectuales, que concluyen no porque la gente haya resuelto el problema, sino simplemente porque están cansados de hablar”.

Ahí está un gran desafío. Distinguir el asambleísmo manipulable de la discusión razonable. A los líderes autoritarios les disgusta someterse a una racionalidad democrática, sin embargo, es el mejor método para llegar a acuerdos. Discutamos, pues, sin estridencias ni descalificaciones.

Hace poco menos de un siglo, una gran pensadora, Simone Weil, hizo una imprescindible conjetura:

“Supongamos que un miembro de un partido –diputado, candidato a diputado o simplemente militante– adquiere en público el siguiente compromiso: cada vez que examine cualquier problema político o social, me comprometo a olvidar absolutamente el hecho de que soy miembro de tal grupo y a preocuparme exclusivamente a discernir el bien público y la justicia. Ese lenguaje sería muy mal acogido. Los suyos, e incluso muchos otros, lo acusarían de traidor, lo acusarían de traición. Los menos hostiles dirían: entonces ¿para qué se afilió a un partido?”.

He aquí el siguiente desafío. Distinguir la disciplina ciega de la adhesión leal sustentada en la ética de la responsabilidad.

Una pensadora más reciente, Hannah Arendt escribió: “El poder sólo se verifica donde la palabra y los hechos van de la mano, donde las palabras no están vacías y los hechos no son brutales, donde las palabras no se utilizan para velar las intenciones, sino para descubrir realidades, y los hechos no se utilizan para violar y destruir, sino para establecer relaciones y crear nuevas realidades”. En otras palabras, no salirse de la elemental congruencia.

Ahora, para darle un sabor más amable, acudo al poeta Mario Benedetti: “Mi táctica es hablarte/y escucharte/construir con palabras/un puente indestructible. Mi táctica es/ser franco/y que no nos vendamos/simulacros/para que entre los dos no haya telón/ni abismos”.

Dilucidemos y esclarezcamos, pulamos los hechos y las verdades. Precisemos lo que no es negociable y encontremos siempre la preeminencia del interés nacional.

Tenemos que distinguir dos tipos de males. Aquellos que se causan sin intención y, por lo tanto, trepidan la opinión pública. Los otros, más dañinos, planeados sigilosamente, se maquillan, se van programando en su ejecución y no escandalizan. Son lentos, pero persistentes. Se soslayan para que no agiten a los perjudicados ni se preparen para evitarlos. Son los que han provocado las mayores crisis y repercuten lesionando a varias generaciones.

Sin ser catastrofista en estos días de buenos deseos, percibo que vamos a tener que enfrentar males concebidos por gente con poder y sin escrúpulos. No podemos ceder. Desde luego que son atendibles los consejos aludidos, pero hay que identificar lo que constituye el mayor peligro con el cual no podemos ni conformarnos ni ser cómplices.

Para concluir acudo a Carlos Castillo Peraza, correligionario, maestro y amigo a quien siempre recordaré con gratitud: “El hombre entra a un laberinto: no sabe de dónde parte ni a dónde llegará. Cuando mucho puede aspirar al éxito literario del diario íntimo”.

Con estas ideas, ajenas y propias, seamos humildes y que 2024 sea de desafíos superables

Este artículo se publicó en Excélsior, se reproduce con la autorización del autor.

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