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Razón

Macario Schettino | @macariomx

Le decía el lunes que me puse a revisar mis textos de inicios de sexenio. La razón es que entonces hubo quien recomendaba no ser demasiado crítico del Presidente, porque eso provocaría que muchos dejaran de leer. Era el momento de mayor respaldo a López Obrador, que para febrero de 2019 alcanzaba 80 o 90% de aprobación.

Frente a ello, las críticas parecían a muchos un capricho, e incluso empezaron a calificar a quienes las escribíamos como “odiadores”. No nos movía, en su opinión, un análisis serio, sino un sentimiento: el odio. Era una extensión del instrumento de defensa que se ha utilizado mucho en el ascenso del movimiento woke en Estados Unidos, y luego en otras partes. Quien no coincide con ellos, sea en la teoría crítica de la raza, en los multigéneros, en el combate al colonialismo, es por odio, porque los promotores de esas ideas están convencidos de tener el monopolio de la razón. Una crítica, entonces, no responde a la razón, sino al odio.

Una vez etiquetados los opinadores con el odio, ya no tendría caso leerlos, y con ello se lograba anular la crítica, sin responderla. A pesar de haber recibido consejos al respecto desde 2018, me fue imposible encontrarle cosas buenas al gobierno actual, aunque lo intenté: nunca pude confirmar la “responsabilidad fiscal”, ni encontré “mejoras laborales” diferentes a sexenios previos. Ya compartí con usted el primer artículo que publiqué en el sexenio, que creo que no erró.

En 2019, el 11 de enero, afirmé que la escasez de combustible se debía a errores de la nueva administración y no a la “lucha contra el huachicol”. El 30 de ese mes anuncié que la economía se estaba frenando, y lo repetí en la serie del 11, 12 y 13 de marzo acerca de los 100 días del gobierno. Finalmente, se confirmó el 31 de enero de 2020.

Con respecto a la destrucción institucional, me referí el 6 de febrero de 2019 a cómo López Obrador perdía con ello cualquier capacidad de gestión pública; el 5 de marzo reclamaba la destrucción de los programas sociales con padrón de beneficiarios y reglas de operación, lo que convertía a la política social en simple compra de votos. El daño institucional era claro para el 11 de febrero de 2020, Destrucción sin fin.

El 21 de marzo de 2019 critiqué la carta del gobierno al rey de España exigiendo disculpas por la conquista, y el 5 de abril recordé que lo que pasaba sí podía saberse mucho antes.

Acerca de la personalidad de López Obrador, el 27 de enero de 2020 decía yo que era Mala persona, y el 21 de febrero siguiente me refería, Deficiencias, a sus fallas de carácter. Estas ideas evolucionaron para el 7 de mayo de 2021 en el artículo muy conocido: Señor presidente, cuya esencia recuperé hace sólo unos días, la “tríada oscura”.

El 6 de marzo de 2020, cuando todavía no estaba claro si habría o no confinamiento por la pandemia, publiqué Se acabó, donde afirmaba que el sexenio había llegado a su fin, que ya no habría nada nuevo en los siguientes cuatro años. Cierro con esto el recuento, porque creo que efectivamente ya no hubo nada muy diferente desde entonces. Muchas muertes, sin duda, por la pésima respuesta a la pandemia, pero también por la fallida “estrategia” de seguridad. Muy pocos resultados económicos, aunque celebren que en 2023 lograron superar el nivel de 2018. Más polarización y destrucción, pero ya todo estaba claro desde entonces.

Si hubo una emoción relevante en aquellos años, no fue el odio por parte del analista, sino la ceguera por parte de los ilusionados. Hay que recordarlo ahora, porque otra vez debemos elegir. Recuperen la razón.

Este artículo se publicó originalmente en El Financiero, se reproduce con la autorización del autor.

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