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Macario Schettino | @macariomx

Faltan 51 semanas para el fin de este gobierno, y 34 para la elección del siguiente. Estarán marcadas por un enfrentamiento constante, impulsado por el actor político más rijoso en muchas décadas, causante o beneficiario directo de todos los conflictos ocurridos en este país en los últimos 30 años. Eventos menores en los gobiernos en esos cuatro sexenios se convertían en reclamos airados, y los mayores en catástrofes sobre las cuales construir una campaña permanente: Fobaproa, desafuero, guerra contra el narco, Ayotzinapa.

Es más costoso el rescate a Pemex en este sexenio de lo que fue Fobaproa, y mucho menos útil, además de innecesario. Ha sido mucho menos respetuoso de la ley López Obrador (por decirlo suave) de lo que fue cualquier presidente previo, incluyendo a Fox. Ha causado más muertes, por la destrucción del sistema de salud y por la política de “abrazos, no balazos” que cualquiera de los anteriores mandatarios. Y ahora queda claro que la tragedia de Iguala era sólo un escalón para llegar a la Presidencia: regresaron a la verdad histórica, pero mantienen en la cárcel a Murillo Karam.

A pesar de haber causado en este sexenio mucho más daño que la suma de los cuatro presidentes previos, siguen muchas personas celebrando a López Obrador, e incluso afirmando que antes era peor. Creo que la evidencia está en su contra, pero ya sabe, no hay evidencia que destruya una creencia: son fanáticos, y contra ello no se puede.

Sin embargo, a pesar de todo este daño, que ya ha ocurrido, en estas 51 semanas puede haber mucho más. De entrada, López Obrador está atentando contra la transportación aérea. No le bastó cancelar la mayor obra de infraestructura en América Latina, el nuevo aeropuerto de la Ciudad de México, y construir a cambio una terminal adecuada para Ecatepec. Ha querido que se utilice, a pesar del claro rechazo tanto de aerolíneas como de pasajeros, debido a la localización inadecuada, que no se compensa con una infraestructura mediocre.

Para lograrlo, ha forzado la reducción de operaciones en el viejo aeropuerto, y lo ha condenado al deterioro. Ha obligado a mover la carga hacia el suyo. Ha creado una línea aérea innecesaria, que requerirá subsidios permanentes, y que con esa base arranca ofreciendo menores precios. Ahora le suma un ataque directo al resto de los aeropuertos del país, amenazando las concesiones con la excusa de que bajen tarifas.

Ya tenemos problemas de abasto de electricidad; ya tenemos problemas severos de contaminación por la necedad de refinar en instalaciones inadecuadas; ya hemos tenido que reducir los viajes por carretera por la inseguridad; ahora se busca que también los traslados aéreos se compliquen.

No debe menospreciarse la acumulación de dificultades. No cabe duda de que este país traía problemas ya de muy largo plazo, como la pobreza, el desarrollo regional diferenciado, la infraestructura deficiente, a lo que se sumó durante el periodo democrático un incremento claro de la corrupción y la inseguridad. Fueron estos dos últimos los temas de la campaña de 2018, y López Obrador ofrecía resolverlos de inmediato. Cinco años después, ambos han continuado su crecimiento, mientras los de largo plazo no se han reducido un ápice.

A ellos, ahora hay que sumar el derrumbe del sistema de salud, el caos por la estatización energética, el deterioro de las finanzas públicas, el abandono de la responsabilidad gubernamental, tanto en capital físico como humano, y desde hace dos meses, la destrucción del sistema educativo. Que todo esto sea eclipsado por unos meses de aparente crecimiento económico me parece sorprendente.

No está claro si vamos a sobrevivir a estas 51 semanas, si en cada una de ellas vamos a tener decisiones como la mencionada, pero no tengo duda de que si en 34 semanas los mexicanos insisten en este camino, la viabilidad de esta nación estará seriamente en duda. Mídanle.

Este artículo se publicó originalmente en El Financiero, se reproduce con la autorización del autor.

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