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Política de principios

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Los profesionales

Juan José Rodríguez Prats | @RodriguezPrats

No se trata de construir lo mexicano, lo que nos peculiariza, como humano, sino a la inversa, de construir lo humano como mexicano.

Emilio Uranga

Relata Platón en su célebre diálogo Protágoras, que Zeus ordenó el reparto de atributos entre todas las especies para hacerlas armónicas, algo así como darles vocaciones individualizadas y compatibles para alcanzar propósitos comunes. Al final, le ordenó a Hermes que distribuyera la justicia y el pudor por parejo, “porque si participan de ellas sólo unos pocos, como ocurre con las demás artes, jamás habrá ciudades. Le mandó también establecer en su nombre una ley: todo aquel que fuera incapaz de participar del pudor y la justicia sería eliminado como una peste.

Infiero que cada uno de nosotros sirve para algo y no es capaz de servir para todo. Esto explica que existan profesionales en cada actividad, una especie de división del trabajo. Los profesionales son prototipo de la permanente superación, siempre con el propósito de mejorar sus habilidades. Había también otra manera de nombrarlos, el virtuoso de la guerra por su valentía y arrojo, o el virtuoso de la elocuencia por su capacidad para convencer.

Así como ya hablé del profesionalismo de los ingenieros mexicanos, responsables de grandes obras que son puntales de nuestro desarrollo, ahora referiré una experiencia personal de quienes se dedican al cuidado de la salud.

En las semanas recientes, me vi sometido a varias delicadas intervenciones quirúrgicas y constaté la calidad de médicos y enfermeras ante sus pacientes, que se convierten en seres humanos disminuidos. Yo recibí un trato de gran sensibilidad y cordialidad. Cuatro profesionales me hicieron salir de mis padecimientos: Eduardo Estrada, Joel Estrada, Rutilio Jiménez y Daniel Arias. Todos ellos, responsablemente reconociendo habilidades y limitaciones, me salvaron la vida. Su profesionalismo para evaluar lo que había que hacer y hasta dónde llegar fue factor imprescindible para obtener buenos resultados. Lo que más me agradó fue su trato, me sentí en buenas manos, de seres humanos solidarios, sinceros, confiables. No tengo palabras para expresarles mi gratitud.

He sido testigo de las condiciones tan precarias en que labora el personal de salud de las instituciones a cargo del Estado. Ocupamos el primer lugar de fallecimientos por covid-19 de este sector por no haber contado con el equipo necesario para protegerse del contagio.

Desafortunadamente no podemos decir lo mismo de profesionales en seguridad y en administración de justicia, en funcionarios públicos, en políticos. En esta última materia recuerdo a algún estadista que decía que un primer desacierto puede ser considerado como error; un segundo, en las mismas circunstancias, se denomina equivocación, pero un tercero es una estupidez. Eso está aconteciendo en nuestro país.

El Estado mexicano como empresario ha sido y es un rotundo fracaso, por eso se desmantelaron las empresas paraestatales como Conasupo. Sin embargo, el gobierno actual crea Segalmex con consecuencias desastrosas, ya que derrocha los dineros del pueblo en empresas de transporte aéreo. Y podríamos continuar.

El profesional debe tener dos características: superarse permanentemente, no llegar al horripilante reconocimiento de “El que soy saluda tristemente el que yo pude ser” (Friedrich Hebbel dixit). La segunda es ponderar en todos los órdenes las posibles consecuencias de sus decisiones y obrar con prudencia y templanza.

Emilio Uranga decía de El laberinto de la soledad: “…ese libro continúa siendo el único punto de partida que tenemos para conocernos (…) la idea central que lo inspira sigue siendo verdadera: el mexicano es un ser que cuando se expresa se oculta; sus palabras y gestos son casi siempre máscaras”.

Requerimos en nuestra vida pública un ejercicio profesional de franqueza. El espectáculo que estamos brindando es uno de los más deleznables en toda nuestra historia.

Este artículo se publicó originalmente en Excélsior, se reproduce con la autorización del autor.

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