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El final

Macario Schettino | @macariomx

El fin de semana, al visitar las obras del Tren Maya, López Obrador reconoció que los tramos faltantes (5, 6 y 7) no se terminarán durante su gobierno, aunque sí serán inaugurados. Creo que no se terminarán jamás, a pesar de la destrucción que han causado al mayor sistema de cuevas del mundo, que es además la única fuente de agua dulce para la península. Destrucción sin sentido.

En esta semana, cuando fue confrontado por Jorge Ramos en la conferencia matutina, terminó reconociendo que ya no podrá resolver el tema de inseguridad. Se había comprometido en 2018 a que, nada más llegar él, terminaría la violencia. No sólo no fue así, sino que ésta ha crecido (a pesar de que intenten esconder los homicidios), especialmente en lo relacionado con el control territorial. Prácticamente todo el sur está en manos de criminales, y buena parte de ambas costas hasta la frontera con Estados Unidos. El núcleo mismo del país, como le suelen llamar los geopolíticos, está invadido, aunque todavía los grupos se cuidan de no hacerse demasiado evidentes.

La inseguridad fue uno de los temas que definieron la elección de 2018, y López Obrador no cumplió con lo ofrecido. El otro era la corrupción. En éste, de igual manera, no sólo no hubo combate, sino bonanza. El tamaño de los atracos es tal que ahora necesitan todo tipo de candidaturas para evitar que la justicia los alcance pronto. En Segalmex, en las instituciones de salud, en las obras faraónicas, la constante es el saqueo. Y también es una constante que quienes lo realizan son amigos o familiares de López Obrador.

Aunque ha causado algo de revuelo la investigación de Claudio Ochoa y Carlos Loret para Latinus acerca de “El Clan”, como se refieren a los familiares y amigos de López Obrador que se han atascado con Dos Bocas y el Tren Maya, creo que no se le ha dado la importancia que tiene. No se trata de los rumores que acompañaban a muchos presidentes al final de su gobierno: son reportajes con evidencia contundente que desvelan el saqueo de miles de millones de pesos por parte del círculo más cercano del ocupante de Palacio.

Así que no sólo no cumplió sus promesas fundamentales, y termina su gobierno con más inseguridad y corrupción que nunca antes, sino que además destruyó lo que funcionaba (aunque fuera defectuosamente), como es el caso en salud y educación, por no mencionar desarrollo social, y las obras que promovió han costado centenares de miles de millones de pesos, cada una de ellas, sin dar resultados mínimos.

Ahora celebran un año de crecimiento económico modesto, pero el mejor del sexenio, y que el peso siga sostenido por las altas tasas de interés. Ya no les queda nada más, y esperan que no se les vaya a borrar también esto en los próximos meses, y llegar a la elección aunque sea con eso.

Al inicio del sexenio escribí en estas páginas que el triunfo de López Obrador podría ser una bendición encubierta. Su fracaso, esperable, ayudaría a millones de mexicanos a entender que no funciona el camino que seguimos en el siglo 20, el del régimen de la Revolución, de autoritarismo, mediocridad y aislamiento. Aunque nos sobraba evidencia al cierre de la “docena trágica”, los echeverristas lograron convencer a muchos de que las crisis provenían del “neoliberalismo”, y no de sus propios errores.

Ahora no creo que tengan ya forma de ocultar su ineptitud, su corrupción, su autoritarismo. Van a intentar impedir que la ciudadanía los derrote, controlando los órganos electorales. Por eso, todos vamos a manifestarnos el 18 de febrero, a las 10 de la mañana, para dejar claro lo que queremos: libertad y democracia.

Este artículo se publicó originalmente en El Financiero, se reproduce con la autorización del autor.

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