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El único

Macario Schettino | @macariomx

El próximo lunes, 5 de febrero, conoceremos el contenido del nuevo intento destructivo promovido desde Palacio Nacional. Han anunciado un conjunto de reformas legales para terminar definitivamente con buena parte de los órganos autónomos, pero también para ofrecer el sueño imposible de vivir sin trabajar. En ambos casos, se trata de populismo.

Hace ya algunos años que comentamos tres formas distintas de populismo: electoral, político y económico. La primera consiste en inventar un pasado maravilloso, que se perdió debido a una élite malvada, y ofrecer el fin de ésta para recuperar la edad dorada. Eso hizo (y hace) Trump en Estados Unidos, y claramente ha sido la estrategia continua de López Obrador.

El populismo político consiste en destruir todos los caminos de intermediación entre la ciudadanía y el poder, para concentrarlo en el partido (Lenin) o en el líder (Mussolini). López Obrador está más cerca de esta segunda opción, porque ha concentrado en su persona todo, destruyendo en el camino no sólo órganos autónomos, sino incluso al mismo gobierno. Con su mañanera, controla el discurso público e intenta terminar con los medios de comunicación, para que sean simples repetidores de su palabra.

Finalmente, el populismo económico, que es el más conocido en México, consiste en gastar más de lo que se tiene, produciendo una economía ficticia, que tarde o temprano se derrumba. Así hicieron Echeverría y López Portillo, y en cierta medida Carlos Salinas de Gortari. López Obrador lo ha hecho durante todo su sexenio, a pesar de la cantaleta de los colegas que insisten en su “responsabilidad fiscal”. Primero saquearon fondos y fideicomisos, después mataron de hambre a órganos autónomos y secretarías, y desde el año pasado con déficit fiscal del nivel que tuvimos en los años ochenta. Todo para financiar las locuras del emperador: elefantes blancos y compra de votos disfrazada de política social.

Estas tres formas de populismo tienen una dinámica diferente. Lo lógico sería usar la primera para alcanzar el poder, la segunda para concentrarlo, y tener mucho cuidado con la tercera, porque es la que con mayor rapidez puede derrumbar todo. López Obrador ha usado el populismo electoral de forma continua, para mantenerse siempre por encima de las críticas. Todo lo que falle es culpa de la élite malvada, no importa que él lleve ya cinco años en Palacio. En su afán de utilizar la segunda, destruyó la capacidad de gestión del gobierno, y ha tenido que recargarse cada vez más en las Fuerzas Armadas, que son las únicas que le hacen caso y fingen trabajar. Para el populismo económico, tuvo la fortuna de la pandemia, que “le cayó como anillo al dedo” porque le dio dos años de gracia. Por eso no ha ocurrido el derrumbe, y él espera que los alfileres duren hasta octubre. Le tocará a la sucesora.

Pero no está seguro de poder mantener el poder cuando ya no viva en Palacio, así que necesita echar más combustible al fuego. Por eso el anuncio del lunes. Es estrategia electoral, para acusar a la élite malvada de impedir pensiones que él mismo sabe impagables, pero es también estrategia política: terminar de destruir las instituciones para impedir que quien llegue a la Presidencia pueda enfrentarlo. Es muy importante entender que durante el actual gobierno lo único que se ha fortalecido es la persona. El Estado es hoy mucho más débil (por eso el crecimiento del crimen organizado y los militares), y la misma Presidencia lo es, porque ya no tiene los instrumentos para gobernar.

El poder concentrado en una persona es una muy mala idea. Especialmente cuando la persona es muy limitada. El momento más peligroso ocurre cuando esa persona falta, sin haber consolidado un sistema. Si perdemos la democracia en junio, conoceremos muy pronto ese peligro.

Este artículo se publicó originalmente en El Financiero, se reproduce con la autorización del autor.

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