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Filicidio

Macario Schettino | @macariomx

Pocas horas antes de la entrada de Otis a Acapulco ocurrió un desastre en la campaña de Claudia Sheinbaum que ha quedado opacado por dicha tragedia. Son eventos de muy diferente importancia, sin duda, pero es necesario analizar también lo que está pasando en la esfera política, sin que ello implique menospreciar la crisis humanitaria que presenciamos en el puerto.

El martes 24 de octubre se había organizado un gran evento en el Estadio Azul, en la Ciudad de México, para la segura candidata de Morena a la Presidencia de la República. Con un aforo de 30 mil personas, todo indica que nunca hubo más de mil asistentes presentes. Sheinbaum optó por irse, aunque algunas crónicas la ubican ya en los túneles de acceso a la cancha del estadio.

Un fracaso de ese tamaño, en la ciudad que gobernaba apenas unos meses atrás, no es cosa menor. De los 8 millones de habitantes de la ciudad, no hubo ni 30 mil que quisieran acompañarla, pensaría uno. Sin embargo, no era un evento abierto, sino que se llegaba a él por convocatoria, que asignaba claramente lugares a las diferentes alcaldías, grupos políticos y partidos. Fueron los liderazgos locales los que abandonaron a Sheinbaum en el centro del poder de Morena. Dicho de otra forma, es mucho peor de lo que parece.

La conclusión de todos los analistas que he leído es la misma: es resultado del conflicto causado por la candidatura de Omar García Harfuch, impulsado por Sheinbaum. El exjefe de policía de la ciudad no era bien visto por López Obrador (por su ascendencia, o por su cercanía a García Luna, no es claro). Por otra parte, después de 25 años de que la “izquierda” gobierna la Ciudad de México, nunca le ha tocado a un liderazgo local el puesto máximo. Primero estuvieron como jefes de Gobierno expriistas: Cárdenas, López Obrador, Ebrard; después, los de la “izquierda caviar”, Mancera y Sheinbaum misma

Frente a la candidatura de Harfuch se ha levantado un amplio grupo de liderazgos locales que rehúsan hacerse a un lado una vez más. Respaldan la candidatura de la eterna alcaldesa de Iztapalapa, Clara Brugada. De hecho, pocos días antes del fracaso del Estadio Azul, Sheinbaum fue expulsada de un evento en esa alcaldía.

Después del descalabro, el presidente nacional de Morena, Mario Delgado, anunció que se movía la fecha de designación de candidatos a gobernador. En lugar de ser hoy, será el viernes próximo. Es decir, ya se les complicó todo.

Al parecer, Sheinbaum sí creyó el cuento del bastón de mando, y decidió quién debía ocupar su lugar en la Ciudad de México. Provocó una gran reacción. La duda es ¿de quién es la reacción? ¿Es de los liderazgos locales solamente? ¿O detrás de ellos está la mano del enfermo? No ha sido el único evento con problemas, pero sin duda es el más serio.

El tema es que no hay una salida fácil. Si Harfuch no es el candidato, Sheinbaum ya no es nadie. Será claro que no tiene ni un ápice de poder, y por lo tanto ni siquiera vale la pena hablar con ella. Si Harfuch se mantiene, entonces hay la amenaza de una huelga de brazos caídos en la capital, y la derrota sería muy probable.

Por ello, parecería absurdo que sea el mismo López Obrador quien alimente la revuelta, pero cuando recuerda uno su trastorno de personalidad, y su angustia de perder el poder, las cosas son más claras: una vez más, debilita a Sheinbaum para fortalecerse él. La trata como ha tratado a todos los demás, como un instrumento para su propia exaltación.

A quien los dioses quieren perder, primero lo vuelven loco.

Este artículo se publicó originalmente en El Financiero, se reproduce con la autorización del autor.

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