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Política de principios

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Tribulaciones

Juan José Rodríguez Prats | @RodriguezPrats

En el fondo lo que caracteriza al régimen es una especie de predisposición morbosa al cultivo de la crisis; las crisis no son liquidadas, son deliberadamente mantenidas.

Efraín González Luna

México tiene tres ingredientes corrosivos: miedo, mentira y desconfianza. La deshonestidad ya es rutina. Recordé la definición de política que nos da Juan Rico y Amat en su Diccionario de los políticos: “Insondable maremágnum donde corren el riesgo de anegarse las sociedades modernas. Pocas veces se deslizan mansas y serenas las olas de ese inmenso océano; en ocasiones en que aparece más tranquilo suele enfurecerse de pronto tomando sus aguas el color de la sangre”.

Prevalece en el quehacer político un total desprecio por la ley, y cuando ésta deja de ser la conciencia de nuestros deberes, todo se vale. Puede que sea un posible alarmismo. Afortunadamente hay roces que advierten los peligros y las señales ignominiosas de descomposición social.

Asumo los repudios a mis reflexiones como retos a responder. No puedo pensar de otra manera cuando un presidente —que estudió ciencias políticas por 14 años— y una ministra de la Suprema Corte hablan de invasión de Poderes cuando se aplica la Constitución. Parecen ignorar los principios elementales que sustentan la teoría de la división de Poderes, precisamente para que se equilibre entre ellos el ejercicio de sus funciones. Me recordaron a Joseph de Maistre, máximo representante del pensamiento reaccionario con sus Consideraciones sobre Francia (1797), y a Matías de Monteagudo, que en 1820 conspira por la independencia de México para evitar la vigencia de la Constitución de Cádiz.

Se quejan porque los ministros no revisaron el fondo de las reformas en materia electoral presentadas por el Ejecutivo y aprobadas por el Legislativo. Deberían celebrarlo. Lo que se pretendía era una serie de mecanismos para alterar resultados electorales y manipular las instituciones.

Lo que más me asusta es lo acontecido con la oposición el fin de semana: muerde el anzuelo y responde con un plan para hacer una gran alianza, reafirmando que nuestro derecho electoral y la normatividad interna de los partidos son un hermoso cuento de hadas. Al final, todos haciendo lo mismo en búsqueda del hombre o la mujer que realice el milagro de salvar a México.

A lo largo de la historia, la democracia se fue consolidando en la medida en que se fortalecieron los partidos políticos. Aquí lo hacemos al revés y se está desmantelando la única organización de ciudadanos hasta hoy inventada para participar en política.

Se atropella a la militancia, se hacen acuerdos cupulares, emerge una sociedad civil impoluta con la fachada de siglas y, exceptuando algunas muy respetables, lo que despiden es un penetrante tufo ambicioso para alcanzar una tajada en el reparto de privilegios.

Hablo por el PAN. En sus buenos tiempos, jamás les negó el acceso a ciudadanos. Incluso, en 1946, le ofreció la candidatura a la Presidencia de la República a Luis Cabrera, un mexicano ilustre. Siempre, y en las condiciones más adversas, asumió la elemental responsabilidad de postular candidatos para ofrecer una opción a la ciudadanía. Manuel Zamora, uno de sus fundadores, delegado por Veracruz, lo dijo claramente: “¿Quiénes caben con nosotros? Los que sustentan las ideologías probablemente más disímbolas si tienen este denominador común: honradez y patriotismo”.

El pasado sábado en el consejo del PAN, entre las muy escasas expresiones sensatas, se oyó un grito: “Éste ya no es el partido de Manuel Gómez Morin”.

Estoy convencido de que en la actual coyuntura el PAN es el partido idóneo para asumir el liderazgo sin necesidad de alianzas con personajes que no son dignos de confianza, siendo congruente con sus principios y tradiciones, y sin andar imitando lo que hace el partido en el poder.

Toda agrupación debe tener identidad y ser competitiva. No son incompatibles. Las recientes experiencias lo confirman: cuando se pierde la primera, la segunda se desvanece.

Este artículo se publicó originalmente en Excélsior, se reproduce con la autorización del autor.

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