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Momento ‘chachalaca’

Macario Schettino | @macariomx

Hace casi tres años que publiqué en estas páginas un texto en el que afirmaba que López Obrador está enfermo. Sufre de lo que en psicología pop llaman la “tríada oscura”, la combinación de narcicismo, maquiavelismo y psicopatía, es decir, la suma del desprecio por los demás, la falta de empatía, la manipulación y una desorbitada percepción de sí mismo. En ese entonces (mayo de 2021), el artículo fue muy comentado entre quienes no tienen afecto por el personaje, pero no pasó de eso.

Lo ocurrido la semana pasada creo que ha cambiado las cosas. Fue una semana de revelación, para quien no había podido aquilatar los trastornos de personalidad que sufre López Obrador. Pero esto no significa que haya una conclusión común. Eso tal vez podría ocurrir con un diagnóstico médico, algo inalcanzable hoy en día. Si acaso, los militares tienen la posibilidad de hacerlo.

Sin embargo, el descaro con el que López Obrador aceptó que ha manipulado al Poder Judicial, que se considera por encima de la ley, que no existe nada que pueda limitarlo, ha llevado a varios colegas a buscar una explicación. Pascal Beltrán del Río lo ve desenfrenado, presa de su manía discursiva y la búsqueda de aplauso, que poco a poco lo han ido llevando a mostrar trozos de verdad. Bravo Regidor piensa que hay un método en su locura, que si bien los exabruptos de la semana pasada son auténticos, terminan sirviéndole para distraer al público, es decir a la sociedad.

José Ramón Cossío cree que lo que vimos la semana pasada no son brotes psicóticos, sino un paso más en la estrategia del populista. Al achacar todas las críticas y acusaciones al intento de dañar la investidura presidencial, la dignidad, la autoridad moral, lo que busca López Obrador es asociar su persona al pueblo, para con ello poder sobrevivir, una vez terminado su gobierno. Estamos viendo la segunda temporada, dice, de una serie que inició con “ya no me pertenezco”, y continuará con “ya no soy presidente, pero soy quien encarna al pueblo”. Estas últimas son mis palabras.

Las cuatro interpretaciones son compatibles, me parece. Sufrir de la tríada oscura lo hace imaginarse el mesías tropical que encarna al pueblo, y por lo tanto considerar que los ataques a él en realidad son invectivas contra ese pueblo, frente a lo cual reacciona con desenfreno, distrae de los temas presentes, y sienta las bases para cuando tenga que dejar Palacio e irse a… su rancho.

Los trastornos de personalidad no significan que una persona actúe irracionalmente, sino que sufre de una errónea percepción de sí mismo y de su entorno. Así, considerado bajo esas premisas, su comportamiento puede ser perfectamente lógico y racional, pero resultar en graves daños a la persona y a su entorno. Puede imaginarse López Obrador por encima de la ley, sólo para chocar una y otra vez con decisiones jurídicas que derrumban sus ocurrencias. Puede creer que encarna al pueblo (sea eso lo que sea), pero en realidad puede enajenar el apoyo que tenía, al no encarnar nada en realidad.

Por eso, creo que la semana pasada, y especialmente el viernes, ha sido su momento “chachalaca”. Un acto producto de esa errónea percepción que tiene de sí mismo y de su realidad que lo muestra tal como es: un trastornado. Hay cientos de actos parecidos, pero no tan transparentes. Al afirmar que su dignidad está por encima de la ley, ha mostrado a todos, a todos, que sólo él importa, que no piensa en nadie más. No todos lo abandonarán, pero el pueblo dispuesto a seguir a un monarca irascible y ensimismado no es el Pueblo. Es nada más un puñado de víctimas permanentes, de rufianes interesados, y de necios. No le va a alcanzar.

Este artículo se publicó originalmente en El Financiero, se reproduce con la autorización del autor.

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