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La mata

Macario Schettino | @macariomx

Sigue la mata dando. Parece que será todo un matorral, según los primeros indicios. A los reportajes de ProPublica, InsightCrime y DW, acerca del presunto financiamiento de la campaña de López Obrador en 2006 por parte del crimen organizado, se suma ahora el reportaje publicado por The New York Times acerca de investigaciones archivadas relacionadas con un financiamiento similar, pero para la elección de 2018. Cuestionado al respecto por parte de la reportera, López Obrador no se dignó responder, sino que hizo pública la solicitud de información en su conferencia matutina, llegando al grado de exponer el teléfono móvil de la periodista.

Esta nueva publicación, como las anteriores, se basa en dichos de personas involucradas, pero no necesariamente de testigos protegidos, sino de funcionarios que, desafortunadamente, no pueden hablar públicamente. Aun así, más indicios de la relación entre el movimiento de López Obrador y el crimen organizado, a la luz de la forma en que éste ha crecido durante el sexenio, resultan en la preocupación de estar no ya en un régimen híbrido entre democracia y autoritarismo, sino en el proceso de convertirnos en narco-Estado, como ya lo es Venezuela, por ejemplo.

Dice The New York Times que los cárteles tendrían videos de los hijos de López Obrador recibiendo dinero, algo que es una práctica común de estos grupos criminales. Si es así, la vulnerabilidad del Presidente es un problema muy grave de seguridad nacional. Afirma también el periódico que además del financiamiento en la campaña, se habría entregado dinero ya cuando López Obrador era Presidente electo.

La información acerca de una relación entre el movimiento de López Obrador y el crimen organizado, aunque tiene ese origen de “dichos”, se ha hecho creíble por dos razones. La primera es que exactamente de la misma manera se construyó el caso contra García Luna, que López Obrador festejó mucho en sus mañaneras, dando legitimidad a un método que ahora se utiliza en su contra. La segunda razón es la forma en que ha crecido la corrupción en este sexenio, y la amplia evidencia de la participación de familiares del mismo Presidente en ella. Es muy probable que, en ausencia de estas dos circunstancias, los reportajes no hubiesen tenido repercusión.

Sin embargo, es posible que lo que más haya jugado en contra del Presidente sea él mismo. Su reacción a las filtraciones, reportajes, investigaciones, no pasa del enojo y la descalificación. Si todo lo que se ha presentado fuese falso, la atención que él le ha puesto, la manera en que ha respondido, el tiempo que le ha dedicado, no tendrían sentido. Pero esto cambia cuando recuerda uno el desprecio que tiene López Obrador por las leyes. Para quien tuviera duda, esta misma semana se reconoció como culpable de intromisión en el Poder Judicial, y acusó a Zaldívar de ser lo que ya sabíamos, el lacayo que transmitía órdenes presidenciales a los jueces.

Conviene recordar que en la tradición política de la que viene López Obrador las críticas nunca se reciben como tales, sino como agresiones políticas. Por tanto, frente a los frutos que está dando la mata, no hay ni autocrítica ni razonamientos, sino la paranoia de ser víctimas de un complot. Ya empiezan con la cantaleta que usaron en 2019 y en 2021, el “golpe de Estado blando”. No pueden imaginar que haya algo malo en recibir dinero de donde sea, siempre que se use para fines políticos, así como no ven nada extraño en hacerse ricos aprovechando el poder. Para ellos, de eso se ha tratado siempre. Que se les juzgue con base en la ética y las leyes les parece abominable, inaceptable. Los de la autoridad moral son ellos, los “diferentes”. Prófugos de las cloacas, es lo que son.

Este artículo se publicó originalmente en El Financiero se reproduce con la autorización del autor.

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