Fuera de la Caja
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Lo que hay
Macario Schettino | @macariomx
El miércoles comentaba con usted cómo la forma en que nos comunicamos impacta la manera en que nos relacionamos como sociedad, es decir, la política. Le decía que el proceso iniciado en la primera década de este siglo implica la disolución de las bases de la Nación. Esta forma política apareció en Europa como alternativa a los reinos cuando éstos dejaron de ser funcionales. La causa fue también un cambio comunicacional. Por casi toda la historia humana, las personas apenas conocían lo que ocurría en su entorno, limitado a unos pocos kilómetros a la redonda. Algunos se comunicaban por carta entre sí, y tenían más información, pero eran un puñado de personas. Las mayorías estaban aisladas.
Los periódicos terminaron con el aislamiento. Era posible conocer, prácticamente en tiempo real, qué pasaba en otras partes de Europa, y con ello era obligado compararse, y poner en duda la infalibilidad del rey. A la postre, los reyes perdieron el control del gobierno (y uno que otro su cabeza), que quedó en manos de las aristocracias. Así se gobiernan los países en el siglo XIX, y por ello se transforman en naciones. Lo que las define es un mito fundacional, promovido por esas aristocracias (entendido el término en su etimología, “los mejores”, los más preparados, y no necesariamente nobles por nacimiento). Puede usted identificar, en cada país, un puñado de hombres (casi ninguna mujer, creo que la única fue la reina Victoria) que decidía todo. Estas aristocracias perdieron el poder con la Primera Guerra Mundial, que también terminó con los imperios europeos. El ruso sobrevivió convirtiéndose en Unión Soviética, y es al día de hoy el único imperio del siglo XVI que sigue existiendo. El otomano desapareció por completo, y nos dejó el desorden que acostumbramos llamar Medio Oriente.
En cualquier caso, las naciones no existieron siempre (los puristas fijan su aparición en la paz de Westfalia, 1648, pero fue hasta el XIX que realmente inician) y no existirán por siempre. Su consolidación a través de los medios masivos (la televisión nos hizo partícipes de la nación) implica su debilitamiento sin ellos. Las redes están creando comunidades que son, al mismo tiempo, sub y supra nacionales. Hasta el momento, lo hacen por afinidad en “identidades” y costumbres. Esto significa que es un fenómeno similar al ocurrido en las tres ocasiones anteriores: la imprenta nos dividió por religiones; los periódicos por cercanía con la naturaleza, por autenticidad; los medios masivos por clase social y raza; ahora nos agrupamos de acuerdo con los agravios que creemos sufrir, o haber sufrido, de parte de la sociedad y sus élites malvadas.
En todas esas ocasiones, la narrativa propia de la nueva tecnología, al enfrentarse con la visión anterior, provocó una síntesis, en un proceso no exento de violencia. Se trata precisamente del surgimiento de los reyes absolutos del XVII-XVIII, de las aristocracias del XIX, y de las burocracias del XX. Bajo esas síntesis, la nueva narrativa siempre promovió el avance individual: inventamos democracia y derechos humanos en la primera (Ilustración), creamos un mercado global y se amplió la democracia (positivismo), y en la última ocasión, la expansión y la inclusión fueron espectaculares, aunque ahora tantos se quejen del neoliberalismo, como gustan llamar a esa época. Recuerde: son los agravios lo que nos une.
Tengo la impresión de que estamos a la mitad del camino. Ya la antítesis, es decir, la narrativa del agravio, ha madurado. Viene el proceso de síntesis, que como en las ocasiones anteriores, aprovechará la nueva tecnología para crear y sostener la narrativa en ciernes. Pero, como entonces, llegaremos a ella de forma violenta. Serenidad y paciencia.
Este artículo se publicó originalmente en El Financiero, se reproduce con la autorización del autor.