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Tragedia y enfermo

Macario Schettino | @macariomx

A la medianoche del martes 24 de octubre, el huracán Otis tocó tierra en Acapulco. Se trató de un huracán extremadamente fuerte, que además se intensificó muy rápido. Respecto a esto, creo que hay un problema de medición que impidió saber con más tiempo lo que podría ocurrir. México tiene muy pocas estaciones meteorológicas, y prácticamente no hay radares. Es posible que por no tener una medición correcta de la temperatura del mar se haya subestimado la intensidad de Otis. Eso será tema de expertos, pero ojalá pudiéramos tomarnos en serio la inversión en radares y estaciones meteorológicas.

Aunque se sabía que Otis muy probablemente llegaría a Acapulco, no se hizo mucho caso, ni se avisó adecuadamente a la población. Por eso, es posible que el número de personas fallecidas y desaparecidas sea mucho mayor al que ha reportado el gobierno hasta el mediodía del domingo (80 personas). Mientras que la destrucción de la infraestructura era imposible de evitar, las pérdidas humanas sí lo eran, y por eso, creo, el gobierno intenta minimizar las cifras.

La respuesta del gobierno ha sido deplorable. Acapulco está totalmente destruido, lo mismo que municipios adyacentes. Prácticamente no hay presencia de gobierno cinco días después del meteoro, como lo han reportado diversos medios, incluyendo a Héctor Jiménez Landín y Sofía Villalobos, de EL FINANCIERO, que están en la zona a la que el Presidente no ha querido llegar todavía. El miércoles intentó hacerlo por tierra, sabiendo que no había forma de llegar, y aunque desde el gobierno se afirma que llegó a Acapulco, regresó inmediatamente por helicóptero. No se ha visto mucho de la gobernadora, ni la presidenta municipal, y cuando aparecen ellas, o algún secretario del gobierno federal, lo hacen lejos de la destrucción y el lodo.

Ha emitido el Presidente un par de mensajes. El primero para quejarse de todos, y notificarnos de que han llegado 16 mil litros de agua a una región con un millón de habitantes. No parece darse cuenta de lo absurdo de las cifras, como no parece haber dimensionado el tamaño de la tragedia. De hecho, el jueves afirmó que no permitiría que nadie participara en el envío de ayuda, salvo Ejército y Marina. Hay reportes de envíos que fueron devueltos, o decomisados. Pero como en el caso de las pérdidas humanas, no tenemos certeza alguna de la información. En ambos mensajes se nota desencajado, sin más idea que repartir culpas y pedir reportes a secretarios, cuya información es francamente irrelevante.

En suma, lo que estamos viendo en Acapulco es la desaparición del Estado. Sin la presencia de los líderes políticos, empezando por el Presidente, y sin fuerzas de seguridad en las calles, las personas enfrentan sus circunstancias en “estado de naturaleza”, y hasta ahora ha sido la ley del más fuerte la que ha regido en el puerto. Si ésa es siempre una pésima idea, en una región en la que apenas unos días antes hubo una masacre de policías a manos del crimen organizado, esto es muy grave.

La pérdida en valor agregado, nada más en hoteles y restaurantes, debe estar en el orden de 7 mil millones de pesos (de ingresos, no de construcciones e infraestructura). Considerando que la región tiene un tercio de la población del estado, y no parece que puedan generar ingresos, hablamos de 90 mil millones de pesos. Ambas cifras son anuales.

No encuentro cómo explicar que frente a la desgracia de un millón de personas, que requerirán recursos del orden mencionado, el Presidente no haya ido de inmediato y se hubiese instalado a coordinar los esfuerzos de gobierno y sociedad civil. Por el contrario: prohíbe ayuda, evade el tema, se niega a ir.

Si con eso no se da usted cuenta del narcicismo y sicopatía, no lo verá jamás.

Este artículo se publicó originalmente en El Financiero, se reproduce con la autorización del autor.

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