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La verdadera elección de 2024

Macario Schettino | @macariomx

La elección de 2024 es el momento de decisión más importante de México para el siglo 21. No es nada más elegir entre Claudia y Xóchitl, o entre perpetuar el experimento actual o darle fin. En el fondo, lo que vamos a decidir es si queremos o no vivir en un país moderno.

La modernidad es, para mí, la construcción de sociedades en las que priva el individuo, que tiene derechos simplemente por serlo. En esta construcción, todos los individuos valen lo mismo, aunque no sean iguales. Por esa razón, todos tienen derecho a participar en el gobierno, lo que implica vivir en democracia; todos tienen derecho a producir riqueza, y por eso la prevalencia del mercado, y todos tienen derecho al conocimiento, por eso la educación y la ciencia.

Antes de que existiera esta construcción, las sociedades estaban formadas por comunidades, no por individuos, y esas comunidades tenían su lugar específico en la sociedad. No se podía cambiar de comunidad fácilmente, así que de aquélla en la que se había nacido derivaban las posibilidades de cada persona. Para la inmensa mayoría, ni el gobierno, ni la riqueza, ni el conocimiento eran posibles.

Cuando la modernidad logra instalarse, va a sufrir los embates de las fuerzas tradicionales. Las comunidades construidas alrededor de la religión acusarán a la modernidad de ateísmo, de individualismo, de materialismo. Las construidas alrededor del poder dirán que la modernidad trae consigo el caos, la anarquía. En el proceso, se irán sumando otros adversarios de la modernidad, que combinan esas quejas y las potencian: ofrecen a cambio las bondades de regresar a la naturaleza, la sabiduría del proletariado, las virtudes de la raza.

En la mixtura del trapiche, el pueblo bueno, y primero los pobres, lo que hay no es una oferta de un mejor país, sino uno más tradicional. Por lo mismo, menos moderno. No es de extrañar que en ese país que se ofrece no exista la democracia, ni la ciencia, ni el mercado. Como otros populismos del siglo 21, de lo que se trata es de terminar con la igualdad esencial de los seres humanos en términos de su dignidad. Para los promotores de esta “transformación”, no somos iguales todos. Hay unos más iguales que otros: ellos mismos. Se trata de terminar con la modernización de México y reemplazarla por una sociedad tradicional en la que cada uno acepte el lugar que le ha tocado, y se subordine a quienes nacieron para gobernarlos.

Un país moderno, en cambio, se construye sobre la base de esa igualdad esencial de todos: una persona, un voto y acceso al mercado, a la educación, al conocimiento. Nada de mercados reservados sólo al gobierno, o a los amigos de los políticos; nada de educación centrada en la comunidad y la ideología; nada de ciencia autóctona. Esos desvaríos los conocimos bajo el régimen de la Revolución: “Soberanía”, empresarios compadres, nacionalismo revolucionario; y eso mismo es lo que nos han ofrecido estos cinco años, y nos ofrecen para el futuro.

La modernidad, es decir la igualdad de la dignidad humana, trae consigo incertidumbre. En democracia, no se sabe quién va a ganar; en el mercado, no se sabe qué puede funcionar; en la ciencia, ninguna respuesta es permanente. Esa incertidumbre angustia a quien ha vivido en sociedades tradicionales. Por eso, frente a ella, hay tantos que empiezan a dudar de la democracia y prefieren el autoritarismo. Prefieren vender su libertad, y sus posibilidades, a cambio de seguridad. Quisieran regresar al estamento, a esa inamovilidad tradicional.

Así pues, la decisión de 2024 parece simple: un país moderno, democrático, de mercado y basado en la ciencia, o uno tradicional, autoritario, estatista, edificado sobre el alma del maíz y del trapiche. Decidimos todos, tal vez por última ocasión.

Este artículo se publicó originalmente en El Financiero, se reproduce con la autorización del autor.

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