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Macario Schettino | @macariomx

En el libro que me publicó Planeta el año pasado, México en el precipicio, estimaba que cada ocurrencia presidencial (aeropuerto, refinería, tren) costaría en el orden de 25 mil millones de dólares (de los de entonces, es decir, medio billón de pesos cada una). El Presupuesto para 2024 confirma que así será, aunque el Tren Maya seguramente estará por encima de ello. En el mismo libro mencionaba estimaciones del Imco, que ubicaban el costo desde medio billón hasta poco más de uno.

Concluía ese libro afirmando que estábamos ya en una crisis fiscal, porque se habían dilapidado los ahorros de décadas, se había contratado mucha deuda y las proyecciones razonables de ingresos y gastos apuntaban a un déficit del orden de 6 por ciento del PIB para 2024. El Presupuesto también confirma esto. Como es normal, Hacienda lo endulza un poco, y dice que será de 5.4 puntos del PIB.

El problema de romper la barrera de 5 puntos del PIB es que regresar ya no es fácil. Hacienda afirma que para 2025 será muy fácil controlar el déficit y ponerlo por debajo de 3 puntos del PIB: bastará con no invertir un peso. Dicho de otra forma, Hacienda claramente reconoce que entregarán al próximo gobierno unas finanzas públicas en ruinas. Según Rodrigo Mariscal, jefe de la Unidad Económica de Hacienda, en un hilo de Twitter, no hay problema, porque se habrán terminado las grandes obras de este sexenio. Bueno, esto es absurdo. Primero, porque no es claro que terminen el Tren, pero también porque las tres grandes obras perderán dinero cada año. Son inversiones sin sentido, que en lugar de ampliar las posibilidades de producción las reducen.

También se defienden afirmando que no superaremos el 50 por ciento del PIB en deuda, e incluso comparan con países ricos con deudas de más de 100 por ciento de su PIB. Otra vez, esto no tiene sentido. Lo importante del monto de la deuda no es su comparación con el PIB, sino con los ingresos del gobierno. Cuando un gobierno recauda 40 o 45 por ciento del PIB, su margen de endeudamiento supera el 120 por ciento del PIB. Cuando recauda, como nosotros, 20 por ciento del PIB con muchas dificultades, el límite se reduce. De hecho, para 2024 estaremos llegando a la máxima presión de deuda en 35 años: representará prácticamente 2.5 años de ingresos. El límite es tres, como siempre en economía.

Esto significa que, si todo sale bien, es decir, como lo espera Hacienda, la catástrofe podrá esperar hasta 2025. Con eso me refiero a la pérdida del grado de inversión para el soberano, que implicará un mayor costo del financiamiento para el gobierno, pero también para las empresas. Esto no es una visión negativa, es un hecho: se perdieron los ahorros, no se apoyó a la economía durante el confinamiento, se incrementa el déficit para las elecciones, se deja un pasivo brutal en pensiones, se entregarán tres obras que perderán dinero cada mes, y se habrá anulado la renta petrolera casi por completo. A Pemex se le reducen los derechos por hidrocarburos a 35 por ciento, frente al 70 por ciento que pagan los privados.

Cuando vemos que no se compran vacunas de verdad, sino Abdalá y Sputnik; cuando vemos que no hay recursos para mantener infraestructura ya existente; cuando no se invirtió en capacitación de maestros, aunque se les cambió todo el sistema; cuando vemos el triste estado de hospitales, carreteras, escuelas, mientras Hacienda intenta convencernos de que no hemos roto la barrera de la catástrofe, porque el siguiente gobierno estará dispuesto a no invertir un solo peso, no queda sino reconocer que este gobierno jamás fue responsable.

Apostaron a que les alcanzaría el dinero para fingir durante todo el sexenio, y les ayudó en eso la pandemia. Seguir diciendo que el estafador que apostó nuestro futuro fue responsable, será una rueda de molino difícil de tragar en unos pocos meses.

Este artículo se publicó originalmente en El Financiero, se reproduce con la autorización del autor.

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