Política de principios
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La muerte de la ley: No hay antecedente de tan brutal desaseo e irresponsabilidad
Juan José Rodríguez Prats | @RodriguezPrats
No se trata de una contraposición entre derecho y política, sino entre derecho e injusticia.
Otto Bachof
Las normas jurídicas son el último reducto de una ética imprescindible para una convivencia pacífica. Tan es así que si se desacatan, el Estado hace uso de su autoridad para obligar su cumplimiento y sancionar al desobediente.
El mundo vive hoy una grave crisis de lo que se ha denominado conciencia de lo legal o el resquebrajamiento del sentimiento jurídico. Donald Trump no les ganó a los demócratas ni a Kamala Harris. Derrotó durante cuatro años, mediante todo tipo de artimañas, al sistema jurídico que por más de dos siglos había acreditado un sólido prestigio de respetabilidad y de estricta observancia. La culminación de esta patética y trágica historia se dará cuando se indulte a sí mismo y alcance la inmunidad y la impunidad, dos fatales enfermedades que corroen la certeza, la confianza y la predictibilidad características del Estado de derecho.
Vayamos a nuestro caso. Si de usted dependiera elegir entre el Poder Ejecutivo, el Legislativo o el Judicial para decir la última palabra sobre una reforma a nuestra Carta Magna, ley fundamental, ley de leyes, evidentemente —creo yo— lo haría por el órgano colegiado, integrado por peritos reconocidos por su larga trayectoria como jueces confiables. Pues justo con la monumental aberración, mal llamada supremacía constitucional, se despojó a la institución más idónea para una tarea tan relevante.
No hay peor técnica que legislar para el caso. Esto es, despojar a las leyes de su característica esencial: ser general y de vigencia permanente. En este caso la motivación fue vencer a quienes se les considera adversarios. Con apenas unos días, al nuevo gobierno ya podemos llamarlo “de vencidas”. No busca convencer ni alcanzar acuerdos ni concertar voluntades. Quiere dominar, sentimiento típico del despotismo.
Los órganos colegiados encargados de tomar decisiones no están politizados, están partidizados irreductiblemente. La Suprema Corte (7-4), el Tribunal Electoral (incompleto, 3-2), el INE (6-5), la Cámara de Senadores (87-41), la Cámara de Diputados (364-136). Aclaro que este cálculo, para nuestra desgracia, se seguirá alterando en la medida en que siga degradándose nuestra vida pública.
Se modificaron 39 artículos de la Constitución en poco más de dos meses. Nunca en nuestra historia se había visto tal denuedo para bajarla de su nicho. No hay antecedente de tan brutal desaseo e irresponsabilidad.
Dos respuestas se dan para pretender justificar el descomunal atropello, una: “Es un cambio de régimen”. Desde nuestros documentos fundacionales se viene sosteniendo que somos una República, representativa, federal y democrática. En fecha reciente se agregó laica. ¿Pretende la cacareada 4T modificar las características, resultado de la filosofía liberal y de las ideas de la Ilustración, que siempre han sido nuestros principios básicos y a los que hemos pretendido cumplir en nuestro sinuoso devenir histórico? Ésos son los objetivos de nuestra transición a la que anhelamos arribar.
La segunda respuesta es más lacónica: “El pueblo manda”. Yo me pregunto, ¿cuándo y cómo lo hizo? Me afligen los “voceros del pueblo”. ¿Pedro Haces desde Nueva York? ¿Gerardo Fernández Noroña afirmando “tengan para que aprendan”? ¿Los legisladores que dieron un giro a todas luces inmoral? ¿La sesión sin quórum del “poder constituyente permanente”? ¿Los congresos locales que aprobaron las reformas sin haberlas leído? ¿El ministro que sin importar las consecuencias evade su responsabilidad con la teoría legaloide de que no tiene competencia para entrar al fondo del asunto? Sinceramente, no creo que convenzan a nadie.
Por último, transmito el sentir de muchos mexicanos que estamos en ascuas ante una Presidenta que, en lugar de vigorizar su liderazgo, parece más débil y ambivalente. Me apanica pensar que habrá de sentarse con un hombre de gran poder, arbitrario y soberbio. En esos encuentros se definirá el futuro de México.
Este artículo se publicó originalmente en Excélsior, se reproduce con la autorización del autor.