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Amenaza

Macario Schettino | @macariomx

La región que se conoce como Levante ha sido un territorio ocupado por múltiples potencias, y sólo en ocasiones gobernada por los locales. Hace poco más de 3 mil años, se disputaba entre Egipto y Asiria, pero con el derrumbe de ambos hubo posibilidad de construir gobiernos autónomos. Es entonces cuando aparecen los reinos de Israel y Judea, que después serán borrados por Babilonia, que captura a las familias más importantes y las mantiene en cautiverio. Para el siglo 6 A.C., Persia derrota a Babilonia, y Ciro permite la reinstalación del reino de Judea (Segundo Templo). Tres siglos después, Alejandro Magno derrota a Persia, y todo el imperio pasa a manos de los macedonios que, a la muerte de Alejandro, se lo reparten.

Nuevamente, Levante queda en medio de dos potencias: los ptolomeos en Egipto y los seléucidas en Asia Menor. Judea sobrevive a duras penas. Es entonces cuando se rebelan los macabeos contra el control de los seléucidas. Poco tiempo después, sin embargo, Roma toma el control de toda la región. En el año 69 D.C., en el proceso de derrumbe de la dinastía Julio-Claudia a la muerte de Nerón, Vespasiano ataca Israel (lo que le ayudó a convertirse en César), y eventualmente su hijo Tito destruye Jerusalén. En el año 135 D.C., los israelíes se rebelaron contra Roma, en la revuelta conocida como de Bar Kojba. El imperio destruyó a Israel por completo, y expulsó a los judíos de la región, renombrándola Siria Palestina.

En el sigo 7, toda la región fue ocupada por el islam, aprovechando la debilidad del Imperio Romano de Oriente en su disputa con el Imperio Sasánida. Tres siglos después, los cristianos europeos deciden que deben recuperar Jerusalén, y Cruzadas sucesivas ocupan o pierden el territorio. Para el siglo 14, una nueva oleada islámica, ahora de turcos, ocupa la región y la mantendrá bajo su control hasta el fin de la Primera Guerra Mundial. Al final de ese conflicto, las potencias europeas inician un proceso de construcción de naciones bajo su “protección”, que para el fin de la Segunda Guerra se convierte en un esfuerzo de “descolonización” que incluye la creación del Estado de Israel en parte del protectorado británico de Palestina. Hace una semana le comenté lo ocurrido desde entonces.

Vuelvo al tema porque creo que es necesario frente a la insistencia de muchos en el rechazo al Estado de Israel, con el argumento de que esas tierras no les “pertenecen”. Como espero haber descrito, la región ha sido continuamente invadida por potencias que impiden el desarrollo de gobiernos propios. De hecho, eso ha ocurrido en tiempos recientes. Desde 1948 hasta los años noventa, Egipto se negaba a aceptar la existencia de Israel, y lanzó tres guerras para destruirlo. Desde los acuerdos de paz en Oslo, Irán reemplazó a Egipto en el intento de destruir a Israel, y al pueblo judío. Lo ha hecho a través de grupos terroristas como Hamás y Hizbulah. Ambos, Egipto e Israel, han usado a los palestinos para su objetivo: desaparecer a Israel.

Israel ha cometido excesos en su defensa, sin duda. Y el gobierno del corrupto Netanyahu, en su creciente dependencia de extremistas judíos, ha exacerbado el maltrato a los palestinos. Hamás, sin embargo, no es Palestina. Es un grupo terrorista que parece haber apostado a provocar a Israel, a ese gobierno inútil, para poderlo culpar nuevamente de excesos. Con la adecuada combinación de desinformación (por parte de sus amigos rusos), financiamiento (de Irán) y activismo irresponsable (aportado por musulmanes en países occidentales e izquierdistas que siguen en el cuento de la OLP), la respuesta israelí será convertida en una nueva excusa para el antisemitismo y, como reacción, para la islamofobia.

Eso es justamente lo que estamos viendo, y la amenaza que eso implica es mucho, muchísimo más seria de lo que parece.

Este artículo se publicó originalmente en El Financiero, se reproduce con la autorización del autor.

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