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Utopías

Macario Schettino | @macariomx

Esta semana, el Presidente regresó a su historia mítica. Ahora afirmó que la corrupción no existía en la época prehispánica, sino que fue traída por los europeos. Se trata de una idea más de ese conjunto de creencias que han servido para inventar la comunidad que llamamos “México”. Desde el siglo 19 se creó una historia ficticia en la que las virtudes venían de los pueblos originarios y los defectos de los europeos. Hacia el final del siglo, el enemigo ya era Estados Unidos, pero el odio a lo español se mantuvo en segundo plano. En la versión del siglo 20, como México no hay dos, y si los resultados no se alcanzan es por culpa del extranjero, o del empresario, o incluso del cura.

Estas creencias parten de una especie de excepcionalidad mexicana, que nos aleja del mundo y nos mantiene observando atentamente nuestro ombligo. Tal vez por eso no nos damos cuenta de que a las demás naciones les ocurre algo similar. En todas se ha construido una historia mítica con el fin de reforzar la comunidad, aunque no todas lo han hecho con el mismo nivel de xenofobia y resentimiento de nosotros.

Estas historias míticas son, en realidad, una versión suave de las utopías. Mi punto de vista es que las utopías se construyeron con el objetivo de devolver el poder a los dos grupos que lo ejercieron en casi toda la historia humana: gobernantes y sacerdotes. La aparición de un tercer grupo, los emprendedores, que ha permitido que multipliquemos la riqueza por más de 600 veces en los últimos 500 años, ha sido la gran amenaza para ellos. Esos emprendedores le fueron quitando poder a los gobernantes (hasta someterlos mediante la democracia) y a los clérigos, ahora llamados intelectuales (gracias a la ciencia). El punto de partida de esos emprendedores fue afirmar que todos los seres humanos tenemos la misma dignidad, y por eso todos debemos participar en el gobierno (democracia), en la generación de riqueza (mercado) y en la creación de conocimiento (educación).

Gobernantes y clérigos han intentado acabar con eso mediante las utopías, cuentos dirigidos a las emociones de las personas, que constan de cuatro elementos: un final feliz (inalcanzable), una tribu elegida, un líder divino y una liturgia (ritos, libros sagrados). El líder, imbuido de carisma divino, decide quiénes forman parte de los elegidos, y los encamina a ese final feliz, que jamás ocurrirá. Para convencer a más seguidores, se hace necesario contar con rituales (mañaneras, por ejemplo; pañuelos blancos, frases simples) y verdades a toda prueba. Entre éstas, pronto aparece una versión del pasado que antiguamente se conocía como “la edad de oro”. Lo que perdimos a manos de grupos malvados, que hoy hay que enfrentar.

El pueblo elegido va cambiando en el tiempo. En el siglo 16 lo definía la fe en el dios correcto; en el 18, la autenticidad y la cercanía con la naturaleza (romanticismo); en el siglo 20 tuvimos de dos sopas, la clase social (la dictadura del proletariado) y la raza superior; hoy en día tenemos varios experimentos en proceso: la combinación de nacionalismo con alguna de las sopas del siglo 20, por ejemplo, o la definición con base en agravios: quién ha sufrido más, por su color de piel, género, orientación, colonización en el pasado, etcétera.

Aprovechando la historia mítica que aprendemos en la escuela, López Obrador construye su cuento haciendo uso de simplezas como la mencionada al inicio, que sin embargo resuenan en la mente de millones de mexicanos: les hace recordar la escuela primaria. El objetivo es el mismo de siempre: concentrar el poder en gobernantes y clérigos (intelectuales), y destruir a los emprendedores. Por eso las utopías siempre han terminado en tragedia.

Este artículo se publicó originalmente en El Financiero, se reproduce con la autorización del autor.

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