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Política de principios

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La derrota de la palabra

Juan José Rodríguez Prats | @RodriguezPrats

Pocas cosas más vanas que hablar por hablar. Y pocas cosas tan del gusto de los mexicanos como hablar por hablar.

Ramón López Velarde

Me siento muy afortunado: tengo el placer de la lectura. El tiempo se me desliza con gran gozo teniendo en mis manos un libro. Sea novela, poesía, historia, derecho o política. Inicio el día con cierta amargura confirmando cómo México acentúa su decadencia, pero en el devenir de las horas recupero el ánimo y alguna dosis de optimismo queda como saldo.

Gracias a mi amigo Raudel Ávila siempre tengo algún ejemplar pendiente. Del último generoso envío asumí la grata tarea de leer Ensayo mexicano moderno, una antología de José Luis Martínez. Son textos de nuestros más preclaros intelectuales, entre ellos Ramón López Velarde. Creo que mejor transcribo algunas de sus reflexiones que, como dice el clásico, vienen “como anillo al dedo” en nuestra actual circunstancia. Con el título La derrota de la palabra, este ensayo suena a sentencia (y lo es).

Hace un diagnóstico: “La palabra se ha convertido de esclava en ama cruel. Ya no acude con docilidad cuando la llamamos. Hoy por hoy, la palabra tiraniza al hombre y pretende cabalgar a toda hora sobre él y espolearlo, e infundirle una locuacidad cómica”.

Acusa: “Quien carece de vida interior, natural es que simule tenerla, mareando con discursos teatrales. Así, para fingir personalidad médica, gastan saliva los merolicos, recitando aparatosamente la excelencia curativa de la víbora que exhiben enroscada en sus brazos. Aquí viene a pelo referirme también a la comodidad que representa, en una sociedad que no lee ni medita, repetir por boca de ganso (sic) tercamente y profusamente la opinión preestablecida”.

Insiste: “La palabra se ha divorciado del espíritu. Apenas se toca con él por un solo punto. Se ha creído que el lujo de la expresión y, en general, el ornato retórico debe buscarse lejos del temblor de las alas de psiquis”.

Señala situaciones: “Quizá la más grave consecuencia del lenguaje postizo y pródigo consista en el abandono del alma. Bajo el despilfarro de las palabras, el alma se contrista, como una niña que quiere decirnos su emoción y que no puede, porque se lo impide el alboroto de un motín. Sabe callar el alma como una enamorada, pero lo aflige que su galán sea desatento y que, por esparcirse en oratorias superficiales, la olvide neciamente”.

Sugiere remedios: “En más de una ocasión he querido convencerme de que la actitud mejor del literato es la actitud de un conversador. La literatura conversable reposa en la sinceridad. Quienes conversan se despejan de todo propósito estéril”.

Remata: “Yo anhelo expulsar de mí cualquier sílaba que no nazca de la combustión de mis huesos”.

Las anteriores reflexiones de nuestro insigne poeta son del 26 de marzo de 1916, hace más de un siglo. Tienen, hoy, ante la patética ausencia de un discurso político, evidente actualidad.

La elocuencia fue considerada por los forjadores de la cultura clásica como la reina de las virtudes, pues exige el dominio de las más variadas disciplinas. En nuestro caso apenas se asoman algunos destellos de buena comunicación entre clase política y ciudadanía. Nuestra vida parlamentaria ha sido desalentadora. El espectáculo que en estos tiempos nos brindan las cámaras legislativas es francamente deprimente, plagado de demagogia e incapaz de resistir un elemental ejercicio de congruencia. El insulto y la descalificación han venido a desplazar al argumento, y todo acercamiento para un acuerdo se califica de sospechoso y de haberse hecho “en lo oscurito”.

Estamos envenenados, de algo así como una “mística negativa”. Es decir, una total pérdida del respeto a la palabra empeñada. Podríamos elaborar una serie de recomendaciones para imprimirle al discurso político una dosis de credibilidad. Sin embargo, hay algo de lo cual no se puede prescindir: autenticidad. Cuando no se da, el interlocutor lo percibe y todo intento de comunicación es infructuoso.

Este artículo se publicó originalmente en Excélsior, se reproduce con la autorización del autor.

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