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Democrático

Macario Schettino | @macariomx

La decisión de la coalición Va por México de mantenerse, y transformarse en el Frente Amplio, impulsando un método de selección de su coordinador nacional (eventualmente, suponemos, su candidato presidencial), es un gran evento. La transformación absoluta del discurso público es la evidencia de ello.

Primero, el método permite la incorporación de la ciudadanía, ya sea apoyando con firmas a un candidato o participando en la elección abierta que habrá el 3 de septiembre. No es una elección primaria, pero es sin duda un gran avance comparado con la forma en que se habían designado los candidatos en todas las elecciones previas, con la excepción de la candidatura del extinto PMS, en 1987, que sí resultó de una elección primaria. Después, el elegido, Heberto Castillo, tuvo que renunciar frente a la candidatura avasalladora de Cárdenas.

En segundo lugar, hay todo tipo de opiniones con respecto a ese método, y a quienes se han inscrito para competir. Se quejan muchos de que hay demasiada intervención de los partidos, haciendo caso omiso de lo que vimos en el párrafo anterior. Otros reclaman que el candidato que preferían se haya bajado de la contienda. Unos más, que algunos de los que declinaron participar estén ahora a cargo del programa, o las relaciones internacionales.

Tercero: hay gran discusión acerca de quién sería la mejor opción. No cabe duda del fenómeno alrededor de Xóchitl Gálvez, pero está muy lejos de recibir aprobación universal. Veo muchas personas apoyando a Enrique de la Madrid, otros (menos) a Santiago Creel, algunos sugieren que Cabeza de Vaca sería lo mejor, por el tema de seguridad, que en Tamaulipas logró mejorar.

Hay, además, un puñado de participantes que no habían levantado la mano antes de que se publicara el método, y eso me parece un cuarto punto a favor. Prácticamente todos ellos tienen menor presencia, comparando con los anteriores, pero hay algunos que serían una excelente opción. Estoy pensando en Ignacio Loyola, por ejemplo, exgobernador de Querétaro, quien sentó las bases de la industria aeroespacial que ahora caracteriza a su estado.

En quinto lugar, el Presidente se ha quedado sin palabras. Claramente, eso es imposible, pero me refiero a que lo que dice ya no tiene repercusión. Su palabra no llega a destinatario alguno. Cada día prueba algo nuevo: el insulto, el desprecio, la amenaza, y hasta el regreso del Jetta para irse a jugar beisbol.

Creo que si buscamos una palabra para designar el método, la palabra correcta es “democrático”. Calló al poder, amplió las opciones, ha provocado la confrontación entre ellas, ha generado reclamos y permite la intervención de los ciudadanos, no sólo a través de los partidos de su preferencia. Estas cinco facetas significan un incremento de la democracia, es decir, del disenso y la discusión.

Democracia no significa darle gusto a todos, porque eso no es posible. Democracia significa abrir la posibilidad de que cada uno pueda impulsar sus ideas e intereses, con mayor o menor éxito. Para eso es indispensable callar al escandaloso que monopoliza el micrófono (Habermas) y permitir un mayor número de participantes, temas y discusiones.

Así como el método significa un gran avance, sin ofrecer nada cercano a la perfección, así debe pensarse en la mejor opción para encabezar el frente. No se trata de buscar ni eruditos ni expertos, no se trata de encontrar la máxima experiencia o la más amplia colección de títulos, conexiones, o alianzas. De lo que se trata es de encontrar la persona que pueda atraer el mayor número de voluntades y convertirlas en votos.

Después de un sexenio de destrucción, que muchos no perciben detrás de una mediocre y artificial realidad económica, el objetivo único es frenar ese proceso. Lo demás se verá después.

Este artículo se publicó originalmente en El Financiero, se reproduce con la autorización del autor.

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