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La fórmula antimérito

Pablo Majluf | @pablo_majluf

La hostilidad de López Obrador a la meritocracia y al aspiracionismo no es nueva ni surgió como reacción a Xóchitl Gálvez. Ella es apenas su más reciente destinataria. Al obradorismo nunca le han gustado las historias de éxito personal y movilidad social. No importa de quién se trate, qué tan habituales sean en el país, o qué tanto una persona haya avanzado. El régimen ve con recelo el progreso con méritos propios por varias razones.

Primero, porque el mérito individual le quita relevancia a él, a López Obrador, al ogro filantrópico. La superación personal vuelve prescindibles sus dádivas del bienestar, sus limosnas clientelares. Entre más gente se estanque, más necesarias serán sus migajas y más poderoso él. A quienes sí las requieren les ayudaría que se complementaran con todo lo que López Obrador ha destruido: salud, educación, estancias infantiles, refugios, desayunos escolares, becas, etc. Las transferencias en efectivo serían mucho más efectivas en un ambiente de ética colectiva y de esfuerzo sostenido apalancados con infraestructura social. Esto ayudaría a superar la pobreza y por eso López Obrador desmanteló el piso necesario para el desarrollo personal.

Segundo, porque este es un régimen pobrista que romantiza la pobreza y sataniza la riqueza, fincado en una mezcla de frugalidad franciscana y anticapitalismo priista, donde la pobreza es una condición moralmente superior, más pura, menos corrupta, más afín al cliché del pueblo agraviado que necesita ser gobernado por un redentor. No se trata de un ascetismo místico ni mucho menos, sino de justificar que los alfiles del régimen –representantes autoproclamados de ese pueblo pobre– se hagan justicia extrayéndole riquezas a los maléficos sectores productivos.

Tercero, porque reconocer la mera posibilidad de movilidad social, aunque sea pequeña, significaría conceder que el libre mercado y la democracia liberal –con todos sus defectos y deficiencias– funcionan mejor que el sistema obradorista. Por eso prefieren adjudicar todas las historias de éxito a la suerte, a la corrupción, al privilegio, a la confabulación, antes que atribuir las que justamente lo merezcan, a las oportunidades, a la voluntad y al trabajo.

Del otro lado del espectro en la boleta electoral está Xóchitl Gálvez. En su incipiente discurso se mezclan las dos variables de la fórmula meritocrática: igualdad de oportunidades y esfuerzo personal. Ninguna sin la otra. Por ello difiero de quienes la tildan como una expresión de obradorismo. Al menos en este renglón, Xóchitl es radicalmente distinta. Ella no glorifica la pobreza, al contrario: la considera una condición que hay que superar; y tampoco resiente a quien lo ha hecho por méritos propios, al contrario: lo celebra. El mensaje es moderno y está alineado a la educación sentimental de los países simultáneamente más libres y prósperos.

Este artículo se publicó originalmente en Etcétera, se reproduce con la autorización del autor.

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